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Tengo ante mí las dos ediciones de Poética del Café. Un espacio de la modernidad literaria europea: una, de 2007, a cargo de Anagrama y finalista del premio de la misma editorial; la otra, de este año en el que escribo, a cargo de la editorial Hurtado y Ortega editores, que hace ganar notablemente al libro gracias al cuidado que denota la propia edición y a los añadidos que ha hecho el autor, Antoni Martí Monterde, que comienza el prólogo contando como se reencontró con la escritura —”nunca volví a escribir como aquella tarde”— en un Café de Buenos Aires cuando se encontraba sumido en plena depresión personal y atenazado en un bloqueo creativo. Si “Europa, al decir de Steiner, está hecha de Cafés”, Martí Monterde extiende el campo de influencia al Occidente entero, con matices. Su libro, uno de los mejores de Literatura Comparada escritos en español, es un viaje geográfico y literario por la Modernidad a través del Café, lugar de observación y de síntesis de la propia sociedad moderna. Se puede decir que recopila la Modernidad según el canon del Café a través de una polifonía que compone un enorme listado de autores.
Martí Monterde trata de aprehender en Poética del Café el lenguaje de las ciudades desde su corazón. Estudia el cambio histórico que se da en las urbes modernas desde la Ilustración en adelante a través de su sociedad y de su literatura, que se introduce en los periódicos por medio del ensayo breve bajo la forma del artículo. Martí Monterde desgrana ese proceso social con una profundidad que nada tiene que envidiar a la de maestros como Simmel, Weber, Bourdieu o, más recientemente, Richard Sennett. El primer artículo de Larra, titulado precisamente El Café, es un texto fundacional en lengua española que manifiesta la importación de dicha metamorfosis; después vendrán otros muchos autores españoles como Marañón, Cajal, Ramón Gómez de la Serna, Baroja, Pla, Ruano o Cela.
Esa vida nueva de las ciudades que recogerá la prensa y que tendrá en el Café su santuario estará protagonizada por la burguesía, que encontrará en el Café el lugar donde ocio y negocio confluyen a pesar de su natural oposición. En el Café tendrán, de forma paradójica, un papel esencial los bohemios y los vagabundos, a la manera del flaneur baudeleriano que, una vez expulsados e incapaces de pagar otra consumición, se verán reducidos a seres errantes de la urbe a semejanza del Marlowe de Chandler o de los Nighthawks retratados por Hopper, autor que ha pintado cafeterías en más de una ocasión (Automat). Para ambos grupos, bohemios y burgueses, el Café será una academia, un lugar de formación —como el Pombo madrileño—, en el sentido vital y en el literario: de ahí el título del libro. Las capitales europeas culturales serán conocidas por sus cafés: París, Viena, Londres… Sandor Márai acompaña al lector en dirección al interior del mundo burgués mientras que Julio Camba hace lo propio con el mundo bohemio.
La modernidad es, para Martí Monterde, “una civilización de la palabra” encuadrada en “una cultura de la conversación” que se remonta hasta la influencia de los pueblos semitas, todavía presentes en lugares emblemáticos como la Viena del siglo XX gracias a personajes extravagantes como Peter Altenberg; cosmopolitas como Stefan Zweig; eruditos como Walter Benjamin; neuróticos como Karl Kraus; histriónicos como Elias Canetti; o contradictorios como Joseph Roth; todos ellos fascinantes sin excepción. Sobre ese “ser” judío en la vorágine cultural de la modernidad presta a inmolarse en dos guerras desgarradoras, se preguntarían filósofos como Franz Rosenzweig, Hannah Arendt o Emmanuel Levinás en una cuestión fundamental para entender el siglo XX y a la que Martí Monterde le dedica un capítulo propio.
El hombre paradigmático de su tiempo sería, sin embargo, ese “hombre sin atributos” del que hablaría Robert Musil, otro observador que escribía a caballo entre la novela, el ensayo, el apunte y el dietario. Un hombre despojado de identidad y condenado a la individualidad que desde el Café podía observar el exterior de la ciudad; el interior del local; su propia figura reflejada en algún espejo; y su propia interioridad en el fondo de la taza que contenía la infusión que, por cierto, ha de consistir siempre en un café con leche, como se encarga de recordar el autor fiel a la ortodoxia establecida por Josep Pla. Martí Monterde hace desfilar por su libro a lo más refinado de la intelectualidad europea de los últimos siglos, todos ellos fieles parroquianos del Café: Hazlitt, Diderot, Voltaire, Balzac, Galdós, Poe, Baudelaire, Verlaine, Unamuno, Zamacois, Cansinos-Assens, Apollinaire, Breton, Polgar, Sartre, Magris; en un largo etcétera inacabable.
Quien abra un periódico de papel o lea en la pantalla de su teléfono móvil una edición digital de algún medio informativo debe saber que no sería igual sin personajes hoy tan desconocidos para el lector común pero tan relevantes, como se encarga de demostrar Martí Monterde, como lo fueron Joseph Addison y Richard Steele, fundadores del periódico The Spectator a principios del siglo XVIII, que favorecieron la progresiva conversión iniciada en Inglaterra hasta culminar en Francia y que dio el salto de la intelectualidad de los salones dieciochescos –como el regentado por la madre de Schopenhauer– a los Cafés modernos. Se podría decir que el Café y la forma de “ser y estar en el café” alcanzan cotas casi de soledad mística para el autor, que nos habla de los “telegramas del alma”, partiendo de su enorme conocimiento literario pero también a partir de su propia y dilatada experiencia biográfica como escritor y lector en el Café. En cierto sentido, los Cafés son el lugar idóneo para explorar la nueva individualidad moderna que, en literatura, desarrollaran desde autores como Joris Karl Huysmans, escritor de A contrapelo, hasta llegar a Samuel Bekcett y su trilogía de novelas Molloy, Malone muere y El innombrable.
Sin embargo, Martí Monterde no se deja llevar por esa corriente tanatológica de la filosofía contemporánea, tan en boga. Reconoce que puedan estar desapareciendo los Cafés clásicos como lugar físico asociado a unos valores estéticos concretos, en buena medida reducidos hoy a meros tópicos. Pero su esencia sigue existiendo, aunque se de en un Starbucks o en un Tim Hortons. Lo importante es que se lea como en el Café y que se converse como en el Café; y mientras sigan existiendo los lectores y las tertulias, seguirán existiendo los Cafés como espacio para la modernidad social y literaria de nuestras ciudades. Otro interés de Martí Monterde es el relativo al mundo Ferroviario, donde los Cafés han estado y están muy presentes. Se trata de otro espacio fundamental de la modernidad: no en vano los hermanos Lumière grabaron, mediante el nuevo invento del cinematógrafo, la llegada de un Ferrocarril a la estación, que proyectaron en el “Salon Indien del Grand Café”, en París, ante un atemorizado público. Recientes maestros literarios como W.G. Sebald en su novela Austerlitz han resucitado ese espacio.
En ese sentido de homenajear y preservar la parte histórica de un legado físico que sí puede estar llegando a su fin, merece la pena nombrar otro gran libro en español a cargo de un erudito muerto al tiempo que nos asolaba la pandemia: se trata de Antonio Bonet Correa y su excelente libro Los cafés históricos con el que ensanchaba el estudio realizado para su discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Un libro que, junto a La idea de Europa de otro erudito fallecido en recientes fechas, George Steiner, y esta nueva edición de Poética del Café, forman un tríptico total sobre una de las señas de identidad de Europa. El propio Antoni Martí Monterde, discípulo aventajado de filólogos romanistas como Ernst Robert Curtius, Victor Klemperer o Erich Auerbach sobre los que ha escrito sendos artículos, está construyendo una obra en perfecta continuidad que incluye, además del mencionado Poética del Café, otras obras como Stefan Zweig i els suïcidis d´Europa, L’Home Impacient o L’erosió, libro escrito hace veinte años en catalán y del que nació con posterioridad y en clara continuidad Poética del Café, y que acaba de ser publicado en español por la editorial Minúscula con el título de La erosión.
En el prólogo Antoni Martí Monterde comenta que su libro no estará completo hasta que cada lector del mismo lo manche con café: “será la línea que falta en cada página, el párrafo que completará el libro”. Ahora que se puede y se debe volver al Café, resulta de obligado cumplimiento llevar con nosotros este extraordinario ensayo de Antoni Martí Monterde, Poética del Café, que fue reeditado durante el confinamiento por Hurtado y Ortega editores sin poder ser leído hasta ahora tal y como se merece. Debemos llevarlo, sí, para trasladarnos mejor al interior de los Cafés de otras épocas fascinantes, así como para conocer un poco mejor la nuestra. Aunque hayamos superado la modernidad, uno nunca termina de salir del Café.
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