20/09/2024 07:36
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En la conflictiva España de hoy, madre de insidias gubernamentales, de mangantes y de viles estirpes, el que se conforma con lo que tiene pasa por tonto, porque el gran logro es la avidez, el brillo social, el dinero que arrolla. Y quien diga que todo esto envilece será considerado un falso profeta, un envidioso empedernido o un hipócrita, intolerable para el Sistema. El dinero tapa los ojos de la justicia. Poseer es la consigna, da igual de qué manera; pero mejor humillando de paso al prójimo. Lo proclama el propio Estado. 

Aquí sigue siendo loco el que cuestiona la irrespirable fetidez agónica que emana del Sistema o fía del trabajo para vivir. De su sudor o de su crítica el ciudadano honrado no ha de sacar más que afanes. Y no puede ser de otra manera en este Estado de inmoralidad pública que es hoy España. Hoy día resulta difícil devolver al pueblo español su honradez y su libertad. Hoy día el humanismo y el saber no existen, sometidos al dictamen de las perversiones ideológicas y de los intereses económico-financieros, de modo que la educación no se dirija a formar ciudadanos, sino fidelidades para las agendas o mano de obra para las oligarquías, que viene a ser lo mismo. 

El hombre que se forja es un hombre sin alma, exento de valores transcendentales, domesticado por el hedonismo y por el miedo. No es un hombre, pues, sino un esclavo, un ser débil, sometido bajo la bota del materialismo, de la filosofía anglosajona de la vida. Un hombre sin vigor moral, incapaz de comprender que el sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio. Escudarse en la negación al movimiento y al esfuerzo, que eso es la abulia, no nos protege contra el dolor y sí, en cambio, nos debilita frente al tal sufrimiento. El dolor no es deseable ni su origen exclusivamente físico; duelen la conciencia y el alma. 

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Esta sociedad ansiosa de escándalos, de bulla sexual pervertidora, de demagogia, de fetiches y del resto de espectáculos vulgares que acompañan a las libertades fomentadas por los dirigentes, en la que los ciudadanos dan gran importancia a las cosas exteriores, tiene su origen en la nueva moral que, allá por los años ochenta de la nefanda gobernanza felipista, nos trajo un devoto culto a la riqueza fácilmente adquirida y al éxito cómodamente logrado, con sus correspondientes secuelas hedonistas. 

Con ello, la multitud se transformó en un grupo sensible a la sugestión y no al razonamiento; a la adhesión y a los actos de impostada solidaridad y no a los argumentos y a las pruebas racionales; a la mixtificación de los maniobreros y no a su cuestionamiento. Así, perdido el entusiasmo y amor por la razón y por el saber -se estudiaba para tener un título o para ganarse más cómodamente la vida-, careciendo de la generosidad que implica el luchar por conocer, la miseria moral fue invadiendo al pueblo. 

Pero esta atmósfera social ya va quedando atrás, porque las noticias y los acontecimientos se tropiezan unos con otros y se suceden a la velocidad de la calumnia, modificando vertiginosamente la vida cotidiana. Y ahora, más que la búsqueda de la riqueza como objetivo supremo de la actividad humana, se está abriendo paso la lucha por la supervivencia. 

Ahora, revertiéndonos la olla vacía y desazonados por el progreso del Imperio Profundo en nuestras vidas, los españoles que soñaron con un estado de bienestar eterno, han de pensar en cómo poder pagar la luz y el gas, y en cómo consolarse del hambre y de los malos gobernantes a base de chascarrillos en las redes sociales. Porque, eso sí, en España, como escribió Valle-Inclán en su Luces de Bohemia, podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban. 

Si la historia de la humanidad nos ha mostrado las dificultades del mérito para obtener reconocimiento, qué decir en esta España de hoy, arrumbada bajo el marxismo cultural omnipresente. Hoy, el hombre civilizado es un ente a extinguir, es decir, destinado al exterminio. El capital-socialismo -o neoestalinismo de la posmodernidad-, que representa al Partido de la Guerra Permanente (PGP), está a punto de erradicar las tradiciones y el humanismo de nuestra civilización mediante el desarrollo de una ingeniería social que busca moldear a la persona, desnaturalizándola. 

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Y si el mérito no se premia, ¿qué es lo que se premia? Pues se premia el robar y el ser un sinvergüenza. En la España de hoy, teniendo como ejemplo a nuestros dirigentes, se premia todo lo malo. Ese es el mérito que triunfa: la mediocridad, la perversión y el nepotismo. Y para todo ello la misma ley universal liberticida y aberrante. Ante esta perspectiva, la condescendencia del electorado español con la corrupción política sólo tiene explicación en una sociedad que engendra buscones de la peor especie, sodomitas, buenistas, oportunistas y correctos

Y así seguiremos -con estúpidos electores, holocaustos provocados, macabras pirotecnias terroristas, virus a la carta, miedo ignominioso, frustración a tope y repugnantes psicopatías sexuales- mientras alguien -¿la Providencia?- no logre saltar la banca.

 

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.