04/02/2025 14:42

-¡Extra!¡Extra!¡Sensacional exclusiva! -voceaban los canillas aquel caluroso 4 de agosto de 1922 en la Puerta del Sol mientras los transeúntes casi les arrebataban los ejemplares de La Libertad de las manos.

Si hay una excepción a la tantas veces citada frase de Walter Lippmann sobre la gloria efímera del periodismo -«La exclusiva que publicas hoy sólo sirve para envolver el pescado de mañana»-, esa es precisamente la audaz entrevista que Luis de Oteyza le hizo al caudillo rifeño Abd el-Krim en Axdir, justo un año después del Desastre de Annual, y de la que todavía hoy, más de un siglo después, se sigue hablando.
Aquella jornada el periódico rebasó los doscientos mil ejemplares de difusión pese al elevado índice de analfabetismo que entonces asolaba España. La sociedad española se hallaba consternada por las espeluznantes noticias que llegaban del norte de África. Y seguía con inquietud y zozobra la suerte de los quinientos prisioneros retenidos en la bahía de Alhucemas.
Aproximadamente un año antes, cuando languidecía la primavera de 1921, la situación en el norte de África parecía totalmente controlada por el ejército colonial. Tras la firma del Tratado de Fez, en 1912, la zona septentrional de Marruecos había sido adjudicada a nuestro país como protectorado y la meridional a Francia. El plan del alto mando español consistía en asestar el golpe definitivo en Alhucemas, el epicentro de la rebelión, donde tenía establecido su cuartel general Abd el- Krim, el temido guía espiritual de la cabila de los beniurriagueles que había conseguido aglutinar al resto de las feroces y sanguinarias tribus rifeñas.
Las tropas españolas avanzaban con paso firme y decidido desde la comandancia general de Ceuta y la de Melilla. Y todo hacía pensar en una temprana unión de ambas. Alhucemas era el punto donde habían de converger las fuerzas occidentales del general Berenguer y las orientales de Silvestre. Sin embargo, aunque las líneas de éste avanzaban a marchas forzadas, eran demasiado endebles, habiendo descuidado la retaguardia. En realidad, Silvestre mantenía una absurda pugna con Berenguer -incentivada por Alfonso XIII al que le unía una estrecha amistad- por ser el primero en alcanzar la bahía de Alhucemas antes del 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, patrón de España.
– ¡Olé los cojones!- le arengaba el monarca.
Como si la Guerra de Marruecos fuese la oportunidad de redimir el orgullo patrio herido tras la pérdida de las colonias de ultramar.
La toma de la posición de lgueriben por las tropas españolas el 7 de junio de 1921 era la punta de lanza de la operación, de aquel temerario plan ideado por el general Silvestre para asentar el control del protectorado en la zona. Pero también fue la gota que colmó la paciencia del líder musulmán…
Enclavado en lo alto de una loma, rodeado de sacos terreros y alambres de espino, el campamento se lgueriben carecía de una vía de acceso adecuada.  Se trataba de una senda con abundantes barrancos, y las expediciones en busca de aprovisionamiento eran desbaratadas por las emboscadas del enemigo. Además, la fuente de agua más próxima se hallaba a varios kilómetros. Los soldados españoles transitaban a duras penas los angostos desfiladeros y trepaban por los escarpados riscos con recuas de mulas, convirtiéndose en el blanco perfecto de los tiradores moros que acostumbrados a guerrear entre sí y, ocultos en la orografía de un terreno que conocían al dedillo, afinaban cada vez más la puntería. Los rifeños poco a poco fueron estrechando el cerco sobre el fortín y los ataques contra lgueriben comenzaron a intensificarse a mediados de julio.
Concretamente el día 14, Abd el-Krim inicia el hostigamiento a la posición y el 17 los obuses empiezan a caer dentro del blocao. Los víveres y el agua se agotaron en el campamento, apretaba el hambre, la sed causaba estragos y el termómetro rebasaba los cuarenta grados. Los soldados, en una situación cada vez más desesperada, se vieron obligados a hidratarse con sus propios orines mezclados con azúcar y, por llevarse algo a la boca, hasta engulleron lagartijas.
La noche del 18 de julio, los moros se aproximan tanto al campamento que los españoles llegan a escuchar cómo les proponen rendirse. El 21 de julio, tras un intento frustrado de socorrer la posición con una columna de 3.000 hombres -el convoy de auxilio quedó estancado muy cerca del blocao-, el general Silvestre, desquiciado, autoriza al fin la evacuación de lgueriben. Sin embargo, el comandante Julio Benítez, que se hallaba al frente de la guarnición, no contempla la posibilidad de capitular aunque hubiera supuesto su salvación ya que los bereberes solían respetar la vida de los oficiales exigiendo a cambio un rescate por su liberación pero liquidaban inmisericordemente a la tropa, y opta por morir con las botas puestas, luchando con los suyos hasta el último aliento.
Citado con la Historia, Benítez arrostra su destino fatal y decide inmolarse como un héroe.
-Terminada la munición -les exhorta a sus hombres mientras las balas silban a su alrededor- emplead la bayoneta.
Acto seguido, Benítez empuña la pistola y emerge del parapeto a fin de atraer la atención de los moros, facilitando así la huida de la columna que carga con los heridos.
Primero recibe el impacto de una bala en la cabeza. Cae al suelo. Con el rostro ensangrentado y polvoriento se rehace y continúa disparando hasta que los tiradores rifeños atinan por fin en la diana perforándole el corazón. La pérdida de la posición de lgueriben fue el principio del fin de la debacle, como derribar una ficha de dominó que arrastra al resto en su caída.
Abd el-krim olió sangre. Y el 22 de julio arrasó de madrugada el campamento de Annual. Sobrepasado por la inesperada avalancha humana que se le vino encima, Silvestre dio la orden de retirada que se produjo en estampida. Sin embargo, las salvajes tribus rifeñas no tendieron precisamente un puente de plata al enemigo. Al contrario: lo persiguieron con saña. En la caótica desbandada, la tropa, presa del pánico, no acató las órdenes de sus superiores y acabó matándose entre sí por subirse a la grupa de un mulo. Más de diez mil soldados españoles acabaron siendo masacrados por los rebeldes. Atormentado por su imprudencia que costó la vida a tantos de sus hombres o porque no pudo soportar semejante borrón en su hoja de servicios, todo apunta a que el general Silvestre antes de ser capturado por los moros se voló los sesos.
Oficial de extraordinario coraje y valor -en la Guerra de Cuba, tras ser atado al tronco de un árbol, sobrevivió a las once puñaladas que le asestaron los mambises-, respetado y admirado por sus soldados, se convirtió en la cabeza de turco de aquella hecatombe, una de las páginas más negras de la Historia de España. Fue entonces  cuando el general Navarro asumió el mando.
Los tres mil supervivientes iniciaron una travesía en dirección a Melilla, caminando exhaustos por la desértica carretera, bajo el abrasador sol africano, pero al cruzar el cauce seco del río lgan, los rifeños que les habían tendido una emboscada, abrieron fuego.
Sólo el heroico comportamiento de los jinetes del Regimiento de Caballería Alcántara 14, al mando del teniente coronel Fernando Primo de Rivera -hermano del futuro dictador- pudo paliar una matanza mayor.
Las cargas suicidas de aquellos centauros del desierto permitieron escapar con vida a la mayoría de sus compatriotas que a duras penas -el general Navarro se negó a soltar lastre abandonado al albur a los heridos- lograron arribar al cuartel de Monte Arruit, donde se refugiaron, aunque por poco tiempo, ya que a casi todos ellos les aguardaba un trágico destino, del que tampoco escapó el teniente coronel Fernando Primo de Rivera: la metralla de una granada le alcanzó el brazo, y hubo que amputárselo sin anestesia, muriendo a los pocas horas a causa de la gangrena.
Sitiados por el moro en el fuerte de Monte Arruit, los supervivientes de Annual, sin agua, sin víveres ni munición, apenas resistieron dos semanas hasta que el general Navarro acabó capitulando. Sin embargo, los rebeldes incumplieron lo pactado y, nada más contemplar las armas agolpadas en el suelo, se abalanzaron sobre los indefensos soldados españoles, pasándolos a cuchillo.
«Acusar a alguien de asesinato en esta guerra es como poner una multa por exceso de velocidad en Las quinientas millas de lndianápolis», anota en su diario el capitán Willard en Apocalipse Now, la obra maestra de Francis Ford Coppola, mientras navega en una barcaza por el río con la misión de matar al coronel Kurtz, un ex boina verde que ha enloquecido organizando su propio ejército en el corazón de la jungla. Pocas frases tan elocuentes como ésta para expresar el horror, la locura y la barbarie de la guerra. Sin embargo, las atrocidades perpetradas por los rifeños en Monte Arruit rebasaron todo lo imaginable.
Los soldados españoles que se salvaron de ser mutilados o degollados como corderos, fueron quemados vivos, abiertos en canal o emasculados, introduciéndoles los testículos en la boca y  cosiendo sus labios con cordones.  Las mujeres no les iban a la zaga, arrancándoles la dentadura o golpeando sus cabezas hasta reventarlas en una orgía de sangre y frenesí. De aquella escabechina, los rifeños sólo indultaron a un reducido grupo de soldados y oficiales -entre ellos el general Navarro- a los que hicieron prisioneros.
Entretanto Melilla, que había quedado a merced de los rebeldes, fue salvada ‘in extremis’ por un cuerpo de élite de reciente creación: la Legión, que al mando del comandante Franco realizó un esfuerzo titánico recorriendo casi cien kilómetros en apenas treinta horas para custodiarla mientras sus habitantes aterrados ya se agolpaban en los barcos para zarpar a la península.
«Nunca un legionario podrá decir que está cansado», reza no en vano el credo de la Legión, inspirado en el bushido japonés.
De madrugada, una llamada del teniente coronel Millán Astray, despertó de madrugada al comandante Franco mientras dormía en el campamento de Rokba el Gozal, ordenádole -sin más explicaciones- que se dirigiera urgentemente a Melilla con sus hombres.
Tras aquella agotadora marcha, la l bandera del Tercio de la Legión arribó a la estación de Tetuán, donde un tren los transportó a Ceuta. Allí, al caer la tarde, abordaron el bajel Ciudad de Cádiz, que los iba a trasladar a Melilla. Una vez todos formados, junto a la dársena, Millán Astray se dirigió a ellos con su poderosa voz:
-¡Legionarios! De Melilla nos llaman en su auxilio. La situación es grave y quizás en esta empresa tengamos que morir todos. Si hay alguno que no quiera venir con nosotros, que se marche. Queda licenciado ahora mismo.
En medio de un denso silencio, todos permanecieron inmóviles.
-Ahora jurad -clamó el fundador de la Legión-. ¿Juráis todos morir en socorro de Melilla?
-¡Sí, juramos! ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Viva la Legión!- gritaron al unísono antes de partir a toda máquina con destino a Melilla donde fueron recibidos con alivio y alborozo.
Aquellos aguerridos legionarios no sólo evitaron otro baño de sangre sino que Melilla dejase para siempre de ser española.
Sin embargo, la ingratitud de no pocos de sus descendientes, muchos de los cuales deben al comandante Franco y sus hombres que sus ancestros no fueran pasados a gumía, ha consentido que la estatua erigida en su honor haya sido retirada, apelando a la Ley de la Memoria Democrática -con la única oposición de Vox y la abstención del Partido Popular, que prefirió mirar hacia otro lado-, cuando dichos sucesos acaecieron el verano de 1921 y son, por consiguiente, muy anteriores a la Guerra Civil.
Hoy, la escultura de bronce del comandante Franco, con una vara de mando en una mano y unos prismáticos en la otra, yace en una caja de madera en un almacén de Melilla.
Justo un año después, el tórrido verano de 1922, cuando todavía no se habían apagado los ecos del Desastre de Annual y, tras estudiar minuciosamente mapas de Marruecos durante varias semanas, Luis de Oteyza, director de La Libertad, emprendió un viaje secreto al norte de África para entrevistar al mismísimo líder de la revuelta rifeña: Mohamed Abd el-Krim El Jattabi.
Fue Rafael Hernández, ‘Rafaelito’, miembro de la redacción del periódico, quien le proporcionó a Oteyza los contactos necesarios para acceder al caudillo rifeño.
‘Rafaelito’ acompañó al director del periódico, al fotógrafo Alfonso Sánchez Portela, ‘Alfonsito’ -que apenas contaba veinte años- y a Pepe Díaz, de Prensa Gráfica, hasta Orán.
Luego ‘Rafaelito’ se encargó de allanarle el resto del periplo a la expedición que había arribado desde Madrid.
Antes de partir todos guardaron la máxima reserva sobre el destino de aquel viaje incluso a sus allegados.
Aunque el plan inicial era penetrar en territorio rifeño desde Argelia, atravesando el protectorado francés y empleando las redes de contrabando entre dicha zona y la española, al llegar a Uxda, la expedición fue interceptada por la policía gala que les obligó a regresar a Orán.
En un nuevo intento, Oteyza decidió entrar en el feudo de Abd el-Krim a través de Melilla.
El periodista pidió permiso a las autoridades militares españolas para montar en el vapor Gandía que llevaba provisiones a los prisioneros.
Una vez allí se las ingenió para hacer llegar a través de otro contacto una misiva al caudillo rifeño, solicitándole que le permitiera cruzar sus límites y tuviera a bien recibirlo para mantener un encuentro con él.
La respuesta le llegó por medio de El Maalem, jefe de la Guardia del Mar: «Te esperaré aquí mismo durante tres días. Trae en tu barca una bandera blanca y entra en la bahía al amanecer».
Oteyza tuvo que regresar a Melilla y buscar una lancha de pescadores y un patrón que estuviese dispuesto a volver al lugar de la cita a cambio de una cuantiosa suma de dinero.
Posteriormente, el reportero fue a ver al Alto Comisario, Luis Silvela, para rogarle que esa noche no cañoneara la bahía de Alhucemas.
Finalmente, el director de la Libertad y su equipo desembarcaron en playa Suani al despuntar el alba, tal y como habían acordado.
El objetivo de Oteyza era no sólo lograr la puesta en libertad de los más de quinientos prisioneros españoles, cuyas negociaciones con Madrid se habían roto, sino esclarecer las verdaderas causas de aquella crisis que tenía al país sumido en la más absoluta confusión y había costado la vida a miles de compatriotas.
Tras conversar largo y tendido con el hermano menor de Abd el-Krim, Mahamed, ingeniero de minas y verdadero estratega de la guerra de guerrillas, quien le agasajó con un suculento banquete, y con alguno de los hombres fuertes de la recién constituida República del Rif -el mencionado El Maalem, y Azerkan, cuñado de Abd el-Krim, apodado ‘Pajarito’-, al fin pudo verse cara a cara con el enemigo público número uno de la sociedad española, el satanizado caudillo rifeño, Mohamed Abd el-Krim, quien, con exquisitas formas, acusó a los gobernantes españoles de no respetar las condiciones del protectorado, de encarcelarlo injustamente porque su padre no cumplimentó a las autoridades y justificó también las atrocidades cometidas por las tribus rifeñas diciendo que los aviadores españoles eran tan criminales o más porque mataban mujeres y niños, culpando asimismo a España de haber roto las negociaciones, al tiempo que exigía cuatro millones de pesetas para liberar a los prisioneros.
-No quiero tratos con militares- zanjó el líder rifeño-. ¡Que venga un delegado del Gobierno!
Cuando al concluir la entrevista, Oteyza le pidió retratarlo, se opuso tajantemente.
-Imposible.
El director de La Libertad insistió:
-Yo tengo enemigos que, acaso no sabiendo cómo combatirme, negarán este encuentro.Y respecto a ti, sidi, ya sabes que nuestros gobernantes propalan que estás herido. Desmiéntelo. Que te vea el pueblo español sano y salvo para que sepa cómo se le engaña.
-Esta bien- accedió a regañadientes Abd el-Krim.
Oteyza, sabedor de la trascendencia que tendrían esas imágenes, respiró aliviado.
Aunque mientras lo fotografiaba ‘Alfonsito’, él tuvo apoyada en la nuca la pistola de uno de los hombres de su guardia pretoriana: Amogar.
A continuación Luis de Oteyza y Abd el-Krim se intercambiaron una fusta y una gumía, y posteriormente el director de la Libertad visitó a los prisioneros.
Tras departir con el general Navarro -y algunos oficiales-, ambos posaron para los fotógrafos.
En las instantáneas se observa al general con una frondosa barba y a Oteyza ataviado con traje oscuro, sombrero, corbata, pañuelo y botas de montar.
Oteyza fue acusado cicateramente de antipatriota por algunos medios que respiraban por la herida.
Y de dar voz y ‘humanizar’ al enemigo.
La entrevista produjo un enconado debate en el seno del Consejo de Ministros aunque finalmente propició la liberación de los presos, que se llevó a cabo en enero de 1923 -tras el pago de algo más de cuatro millones de pesetas-, apenas cinco meses después del encuentro de Oteyza con Abd el-Krim en Axdir.
– ¡Qué cara es la carne de gallina!- exclamó Alfonso XIII que ni siquiera acudió a recibir a los prisioneros porque se hallaba de cacería con unos amigos.
Fue una pieza clave en las negociaciones el empresario vasco Horacio Echevarrieta, accionista del periódico, a quien el monarca quiso recompensar con un título nobiliario -marqués del Rescate-, aunque éste debido a sus firmes convicciones republicanas lo rehusó.
Sin embargo, la puesta en libertad llegó demasiado tarde para algunos.
De los más de quinientos rehenes únicamente sobrevivieron trescientos cincuenta. El resto murió de cólera, paludismo, inanición o como consecuencia de las torturas a las que fueron sometidos en el cautiverio.
La sociedad española exigió depurar responsabilidades y se investigaron las causas que habían conducido a aquel seísmo que sacudió los cimientos del Estado e hizo tambalearse la Corona.
El encargado de esa tarea fue el general Picasso -tío del universal pintor-, que puso negro sobre blanco, en un dossier de más de dos mil folios, el cúmulo de errores cometidos: la funesta gestión del Gobierno, las corruptelas de ciertos oficiales, las malas condiciones del armamento, la escasa preparación del contingente -formado por soldados de reemplazo calzados con alpargatas- y la pésima planificación del avance hacia el corazón de las cabilas que salpicó al mismísimo Alfonso XIII.
Aunque quienes pagaron un tributo más elevado fueron aquellos pobres diablos que regaron con su sangre la árida arena del norte de África.
La llamada ‘redención en metálico’ permitía entonces a los hijos de las familias pudientes librarse del servicio militar y, por consiguiente, eludir el más el más temido de todos los destinos: África, adonde en cambio sí fueron a parar con sus huesos los desheredados de la tierra.
Ya lo dijo monseñor Romero: «Las serpientes sólo muerden los pies descalzos».
Esa flagrante injusticia, que tanto soliviantaba -y con razón- a las clases populares, la reparó Franco en 1940, a quien la Guerra de Marruecos marcó para siempre.
La monarquía de Alfonso XIII quedó herida de muerte, si bien prolongó su agonía durante la Dictadura de Primo de Rivera.
O dicho de otro modo, aquel jaque al Rey lo resolvió el monarca enrocándose en el Directorio.
El Expediente Picasso presentaba conclusiones demoledoras y sonrojantes para la clase política, el estamento militar y la Corona, pero quedó arrumbado para siempre en el sótano de la Historia -debidamente podado-, porque el 13 de septiembre de 1923, auspiciado por Alfonso XIII, se produjo el pronunciamiento de Primo de Rivera, aproximadamente un año después de que los veinte mil camisas negras de Mussolini tomaran Roma con el placet del Rey Víctor Manuel.
Sin embargo, Abd el-Krim cometió un craso error: atacar el Marruecos francés.
Tras la batalla de Uarga, en 1925, España y Francia aunaron esfuerzos bajo el mando de Miguel Primo de Rivera y el Mariscal Petain.
El Desembarco de Alhucemas, considerado el primer desembarco aeronaval de la Historia -llevado a cabo con barcos, aviones y carros de combate- puso fin a aquella República del Rif de fugaz duración, y  significó, de algún modo, el desquite para España.
En él se inspiraría años más tarde el General Eisenhower: el Desembarco de Normandía que dio la victoria a los Aliados en la ll Guerra Mundial no es sino una copia del de Alhucemas.
Tras entregarse finalmente a las autoridades francesas en 1927, Abd el-Krim estuvo confinado en la isla Reunión, en el Océano lndico, junto a Madagascar. España intentó en vano su extradición.
Posteriormente en un viaje a la metrópoli en barco, haciendo escala en Egipto, logró escapar, y halló asilo en El Cairo del Rey Faruq I, donde murió en 1963.
Abd el-Krim ocupó la portada de la revista Time, y numerosas escuelas, calles, parques y glorietas de Marruecos llevan su nombre, donde es considerado un auténtico mito por haber derrotado a los españoles.
Del mismo modo que un disparo en las montañas nevadas puede provocar un alud o el aleteo de una mariposa desatar un huracán -el llamado efecto mariposa o la teoría del caos- sin aquel moro de mirada estrábica que arrastraba una leve cojera -se rompió la pierna al intentar fugarse de la prisión de Rostrogordo- muy otro hubiera sido el destino de España.
La Guerra del Rif condujo a la Dictadura de Primo de Rivera para sepultar el demoledor Informe Picasso; el Directorio trajo la ll República y está el Alzamiento que se fraguó en África por los mismos oficiales que habían combatido en la contienda de Marruecos: Varela, Yagüe, Goded, Sanjurjo, Mola…el propio Franco.
Con ese caldo de cultivo, estalló la Guerra Civil que trajo la victoria de los nacionales y posteriormente el Régimen de Franco.
Fue precisamente en el continente africano donde se forjó la leyenda de la ‘baraka’ del Caudillo.
-Sin África, apenas puedo explicarme a mí mismo- le dijo el Generalísimo a Manuel Aznar Zubigaray el 31 de diciembre de 1938 en una entrevista concedida a La Vanguardia.
Pero Abd el-Krim no sólo cambió la Historia de España, también la del mundo.
La impecable organización del ejército rifeño y su guerra de guerrillas -inicialmente subestimada por el alto mando español- terminó siendo emulada en diferentes conflictos bélicos a lo largo del siglo XX.
Los movimientos revolucionarios de Ho chi Minh, Mao Tse Tung y Ernesto Che Guevara se inspiraron en él.
En un libro imprescindible para entender la verdadera dimensión del otro protagonista de nuestra historia, «Luis de Oteyza y el oficio de investigar», el periodista melillense Antonio Rubio, ex subdirector de El Mundo, disecciona al personaje como un entomólogo.
Para Antonio Rubio, Luis de Oteyza -tío abuelo del autor de estas líneas- fue un precursor del nuevo periodismo, esa fusión de literatura e investigación que años después popularizarían Truman Capote, Tom Wolf, Norman Mailer o Gay Talese.
Rubio considera la expedición compuesta por Luis de Oteyza, ‘Alfonsito’ y Pepe Díaz -que se jugaron literalmente la vida-, como el primer equipo de investigación de la historia del periodismo español.
Y opina que la modélica entrevista realizada por el director de La Libertad al líder rifeño debería figurar en los manuales de Ciencias de la Información como lectura obligada.
Asimismo, compara aquella exclusiva, por su dificultad y la repercusión alcanzada, con haber entrevistado en la actualidad a Osama bin Laden.
Lo dijo Riszard Kapuscinski: «Al periodista no le corresponde aplastar las cucarachas pero si encender la luz para verlas correr».
Eso es precisamente lo que hizo Luis de Oteyza, además de salvar la vida de aquellos prisioneros españoles abandonados a su suerte en el norte de África.
Miguel Espinosa García de Oteyza

Autor

Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa Garcia de Oteyza
Miguel Espinosa García de Oteyza es licenciado en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
Ha desarrollado su actividad profesional en la Bolsa, la Banca y la Empresa.
Hijo del que fuera ministro de Hacienda de Franco, Juan José Espinosa San Martín, Miguel es también autor de tres libros. El más reciente, "Mi tío robó los diarios de Azaña y otras historias familiares".
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